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lunes, 30 de abril de 2018

Concierto Arcade Fire. Madrid (24-04-2018) (por Mariano González)

Hará unos días, justo antes de su concierto en Barcelona, que Win Buttler dijo en un periódico de tirada nacional que Arcade Fire eran la mejor banda en directo del mundo. Vayan ustedes a saber si tal muestra de maximalismo fue dicha en serio o con pleno convencimiento. Da igual; después del concierto del Wizink Center puedo decir que sus directos son una apasionada muestra de amor a la música y al disfrute musical. Quizá sus palabras suenen a bravuconería de “rock star”, pero como decía uno de los bocazas por antonomasia de la historia del deporte (Muhammad Ali) algo no es arrogancia si puedes sostenerlo.
Y Arcade Fire tienen suficientes argumentos para reclamar un puesto de honor entre los directos más recomendables que se puedan ver hoy en día. A título personal diré que es el segundo concierto en que los veo, y del primero (Noviembre de 2010) tenía unos recuerdos absolutamente entusiastas. Quizá demasiadas expectativas no fueran del todo beneficiosas, la tendencia a la idealización hace que cualquier reedición de un evento pasado pueda resultar frustrante. No fue el caso de ayer. Señoras y señores, dicho en corto: Arcade Fire lo han vuelto a hacer.
Del staff de DMR acudimos Víctor Prats y servidor de ustedes, pero en esta ocasión, al no coger las entradas a la vez, nos sentamos en localidades separadas. Sin embargo ninguno de nosotros dos estuvo solo; Víctor estuvo con su novia y yo con mi buen amigo Luis Enrique. Por cierto, que Luis Enrique y yo comenzamos la tarde con un golpe de fortuna. En principio teníamos una localidades situadas en el fondo de la calle Goya, es decir a tomar por saco. Cuando ya temíamos tener que usar un catalejo para, si quiera, poder atisbar algo, en el acceso de Goya nos dicen que hemos sido recolocados, con tan buena fortuna que nuestro nuevo aposento tenía bastante mejor visibilidad que el que nos correspondía originalmente. Y es que una lona cubría la zona que teníamos asignada.
¿Los motivos? Pues se juntarían varios supongo; por un lado la disposición del escenario justo en el centro de la pista y que no se hubiera vendido todo el papel para el concierto. De hecho en los puntos de venta on line es cierto que quedaban no pocas localidades libres. Cosa, por cierto, que me parece sorprendente dado el estatus de la banda y los antecedentes de sus visitas a nuestro país. ¿Habrá un declive en la acogida a ciertas bandas? Pienso también en que hace no mucho Franz Ferdinand tocaron en La Riviera, cuando ya habían actuado con éxito en el Palacio de los Deportes.
El caso es que optamos por regocijarnos y aprovecharnos de la potra de ver el concierto mucho mejor situados de lo esperado. Nuestro segundo golpe de suerte fue que a pesar de llegar casi a las 20:00, pudimos ver al telonero aunque estuviera programado a las 19:30. De hecho comenzaron a tocar según nos sentamos. ¿Y quiénes eran los teloneros? Pues eran Preservation Hall Jazz Band. Reconoceré que quitando alguna escucha exploratoria en el Spotify no tenía ningún tipo de conocimiento sobre ellos. Su estilo: un divertido jazz al estilo dixieland; como recién sacado del Mardi Gras de Nueva Orleans. Divertidos y animosos, nos ofrecieron un rato de música bastante disfrutable. En comparación con los atorrantes Fucked Up, del concierto del año 2010, aquello sonaba a himnos celestiales.
La espera hasta el comienzo de Arcade Fire no se hizo muy larga. Ya por mensajes de whatsapp fui contactando con Víctor Prats y en el ínterin hasta el comienzo de los canadienses aún pudimos hablar un ratillo.
Es importante explicar la disposición del escenario. Arcade Fire lo situación justamente en el centro de la pista, de tal modo que posibilitaba una visión de 360 grados; desde cualquier ángulo del Wizink se podía ver la música en directo. La escena consistía en un cuadrilátero por el cual se movían a discreción los numerosos componentes de Arcade Fire, pudiendo cantar de cara a donde quisieran. No es una mala forma de aprovechar el espacio, y las diferencias entre los distintos sectores son menos onerosas. Bien por ellos.
Poco a poco íbamos observando la ímproba labor de transformación del escenario y como el cuadrado empezaba a tomar forma de cuadrilátero de boxeo, incluyendo las clásica doce cuerdas. No faltaba, por encima, un video marcador donde, como curiosidad, se iban emitiendo anuncios de productos ficticios con el nombre de las canciones de “Everything Now”. Algo muy en consonancia con el libreto interior del último disco, que casi parece la clásica propaganda del Carrefour que te deja el cartero comercial. Supongo que hay algo de sorna sobre el materialismo, el consumismo y otros “ismos”.
Ya estábamos cada uno aposentado en su sitio cuando la voz de un, digamos, maestro de ceremonias empezó a anunciar a la banda como si de unos púgiles se tratasen. Al unísono los componentes, saliendo de una esquina, se dirigían hasta el escenario a través del público. Momento para el entusiasmo colectivo y el inicio de la estupenda ceremonia musical a punto de comenzar. Conviene decir que entre la formación inicial y algunos músicos auxiliares el escenario estaba repleto de gente, que además se movía con una proactividad tremenda. Lo mismo veías a Win Butler cantar en un lado, que a Régine tocando el acordeón en el otro o a Will Butler en la otra esquina. Todo ello producía una sensación de vértigo, de nerviosismo, como si te entraran dudas de dónde fijar la atención. Y conste que no lo digo en sentido peyorativo.
Ya que mencionamos a los componentes, también estuvieron los clásicos Richard Reed Parry, Jeremy Gara y Tim Kingsbury. La buena de Sarah Neufeld también estuvo, pero desde algún tiempo perdió el estatus de miembro del grupo propiamente dicho, para pasar a ser instrumentista en las giras. Añadámosle los músicos de apoyo y casi tenemos ya un equipo de fútbol. Mientras se producía el acceso del grupo al escenario se podía oír la danzarina versión de la Quinta Sinfonía de Beethoven que suena en “Fiebre Del Sábado Noche”, sin duda un pequeño signo de las intenciones de la banda. No por casualidad había también una par de bolas de espejos distribuidas por la pista, y es que el afán discotequero, el kitsch de la música disco, impregnan gran parte de su último disco, “Everything Now”.
Precisamente fue la canción título de su último disco la que abrió el fuego del concierto y fue como si una espita se hubiera abierto, liberando todo el entusiasmo contenido. Fue el inicio de un concierto muy marcado por el baile y el movimiento. Arcade Fire no temen el apostar fuerte desde los primeros compases del concierto, como demuestra que el segundo tema fuese “Rebellion (lies)”, un clásico de peso que colaron ya casi de salida. Como puede suponerse la recepción fue apabullante, más si tenemos en cuenta que había un mayor énfasis rítmico respecto a la canción de estudio.

No fue mala decisión que a continuación fuese el turno de “Here comes the night time”, con sus bases tribales sazonada de poderosos cambios de ritmo. Sin embargo la cuarta canción nos ofrecía nuevamente un peso pesado, su ya clásica “No cars go”. Profusamente coreada y rotundamente interpretada, fue capaz de transmitir el imparable entusiasmo que desprende. Como vemos las primeras canciones corresponde cada una a un disco, casi como si fuese un muestreo de su repertorio (salvo “The Suburbs”). “Electric Blue”, volviendo a su último disco, cumplió sobradamente con su ritmo canalla y las agudas inflexiones vocales de Régine, siendo éste uno de los momentos más claros para su lucimiento.
Comienza a tener más peso el “Everything Now” al sonar otro de sus singles, la excelente “Put your money on me” (quizá mi favorita del LP). Bien recibida por el público y curiosamente adornada por la puesta en escena; en la pantalla superior se podían ver referencias al dinero y a lo que parecían ser algunos índices bursátiles. A estas alturas ya habían caído las doce cuerdas boxísticas del escenario, pero quedó (afortunadamente) la actitud entusiasta.
Tiempo para relax y la oscura introspección. En las pantallas vemos surgir una biblia de neón y sabemos entonces que va a sonar la canción título de “Neon Bible”. Movimiento comprensible, un buen concierto tiene que tener matices y esta canción, por así decirlo, ejerció de cortafuegos. Tuvimos un respiro, pero no de forma complaciente; dense cuenta de la leve oscuridad de música y letra. Fue muy plástico el momento en que el público encendió y levanto sus móviles en un gesto similar al que se practicaba con mecheros cuando se hacía a la antigua usanza.
Además fue el punto de partida de un pequeño tramo dedicado al segundo disco de Arcade Fire. Primeramente mediante “My body is a cage”, que fue todo un ejemplo de grandeza solemne, si bien el efecto del terrorífico órgano de iglesia de la versión de estudio se pierde. La contrapartida estuvo en la vital y agilísima “Keep the car running” (comentario político de Will incluido), desbordante desde los reconocibles primeros compases de guitarra. Cerró el cuarteto del “Neon bible” la directa, pero algo doliente, “(Antichrist televisión blues)”. Interesante tramo de concierto, aderezado por algunos temas de sorpresiva inclusión, siendo de hecho la más obvia “Keep the car running”. Tocó luego retomar el “Funeral” a base una de las canciones de “vecindario” y la elegida fue “Neighborhood #1 (Tunnels)”, con la intensidad emocional que se le supone y un público animoso emulando los coros.
Y aquí llegamos a otro pequeño sector, esta vez dedicado al disco “The Suburbs”. Y la hermosa canción título puso uno de los toques más puramente emocionales del show, sin que su aparente recogimiento fuese obstáculo para la participación vocal del público, que desde hace un buen rato estaba enchufadísimo. Como en una pequeña suite, acto seguido, sonó el parsimonioso reprise del tema. Es magnífico el ascendiente que tiene “Ready so start” sobre el público; escuchar los primeros golpes de percusión y alborotarse el Wizink fue todo uno. Todo un pelotazo del grupo que, con su épica a lo Sprinsgteen, supuso todo un éxito. Uno de los momento más enérgicos y rockeros de la velada. A todo esto, Régine decidió coger las baquetas y estarse en la batería unas cuantas canciones. Durante varios temas el embate rítmico estuvo sostenido, por lo tanto, por dos baterías.
Una de las mejores canciones de “The Suburbs” está reservada para la voz de Règine. Nos referimos a la vibrante “Sprawl II (mountains beyond mountains)” que fue quizá la primera inmersión del grupo en la electrónica que estaba por venir. Su plasmación al directo es tan aplastante como la recordaba; es de esas canciones que dan ganas de gritar a pleno pulmón, de una tirada, casi sin aliento. Y eso fue más o menos lo que hicimos los allí presentes, contener el aliento y cantar.

Si todo el concierto tuvo un ambiente festivo, cercano al espíritu y a la cultura de baile, las siguientes canciones en particular reforzaron este aspecto. “Reflektor” desplegó todo su potencial electrónico e intensificó la percusión, aunque (o al menos así lo percibí yo) lo que ganó en esencia bailable, lo perdió en el punto de misterio hipnótico que tiene. Como si estuviera escuchando una remezcla. Aunque quizá hubiera preferido algo más cercano al original, ello no es inconveniente para que también la disfrutase de esa manera. Digamos que es una pequeña salvedad.
Rotundísima sonó “Afterlife”, todo baile, movimiento y entusiasmo. Tanto es así que Régine se bajó a cantar entre el público, en uno de esos arrebatos de entusiasmo que tienen eventualmente los canadienses. Quizá no tan celebrada, pero muy desmelenada fue “Creature comfort”, otro de los acierto de “Everything now” y otro acierto incluso mayor en la ejecución; de hecho incluso me gustó más que la versión de estudio. Ojo a los coros de Régine. El setlist principal se cerró con un plato fuerte: “Neighborhood # 3 (Power out)”. Me van a permitir otra pequeña salvedad. Arcade Fire introdujeron una serie de variaciones respecto a la versión de estudio que no me llenaron del todo. En las estrofas, el desaforado fraseo vocal de Win Butler perdió poder, y la entonación fue ligeramente distinta. También me dio la impresión de que se perdía algo de desvarío guitarrero y se obraba en beneficio del espíritu del último disco, más cercano al baile. No es una censura; no calcar las canciones de estudio es signo de creatividad, pero en este caso concreto hubiera preferido algo más fiel. Entiéndaseme bien, no fue ni mucho menos un destrozo y también la disfruté. Solo es cuestión de preferencias.
No podían faltar los consabidos bises, aunque esta vez la espera fue algo más afanosa y larga de lo habitual; recuerden que el escenario era un cuadrilátero en medio de la pista y que estaba rodeado de gente por todos los lados. Arcade Fire optaron por regresar en su vertiente más melancólica, con una canción que quizá parezca de perfil bajo pero es de lo mejor de su “Everything now”. Nos referimos a “We don’t deserve love”, derrotista y resignada pero sin empalago o pasteleo. Lo que simplemente llamamos una canción hermosa. Tuvo, además, una instrumentación un tanto infrecuente; Regine participó usando, a modo de percusión… unas botellas. Y no se puede decir que desentonara.
Quien más quien menos, casi todos empezábamos a barruntar el final del concierto y en nuestra cabeza (casi seguro) se barajaban posibles combinaciones de lo que habría de ser el final de la fiesta. Como principio del final tuvimos el reprise de “Everything now”, sosegado intermedio que preludiaba un auténtico “grand finale”. ¿Qué canción esencial quedaba por tocarse? ¿Qué canción era una opción acertada para clausurar la noche? Sin duda debía de ser un himno, algo catártico y participativo. Y lo fue. Hablamos de “Wake up”; uno de los tótems del repertorio de Arcade Fire, cuya suntuosidad la hace ideal para corear a pulmón libre. Y por si fuera poco los teloneros, Preservation Hall Jazz Band, que ya habían hecho acto de aparición en el reprise anterior, se sumaron a la fiesta de forma total dando lugar a un jolgorio bullicioso y unánime. No vean el efecto que produce ver a tal cantidad de músicos juntos.
Pero aunque ese fue oficialmente el fin del evento, oficiosamente la fiesta continuó con el grupo ya descendido del escenario mientras hacía una especie de conga o vuelta de honor por toda la pista del Wizink y a través del público... ¡sin parar de tocar! Nosotros, desde nuestra posición, lo pudimos ver a través de las pantallas. Si algo nos transmitía esta salida de la banda, era la sensación de juerga, de fiesta genuina, de pleno disfrute con el contacto del público. Sin embargo no contentos con este desfile, decidieron llevar la fiesta ¡a la calle! En efecto, salieron por la calle Fuente del Berro en alocada formación y sin dejar, por supuesto, de tocar.
Los fans tomaron las calles y se arremolinaron alrededor del delirio hasta que Arcade Fire y Preservation Hall Jazz Banda volvieron a introducirse. La verdad es que no me atreví a acercarme mucho; con tanto gentío temía que el tumulto me enviase a mí y a mi muleta a freír espárragos. La guinda del pastel más original que yo haya visto en directo.
Alguna reflexión más. Es digna de encomio la incesante sensación de actividad que todos pudimos ver sobre el escenario; todo un compendio de músicos donde todos cumplían su cometido al unísono, como una máquina compleja y bien engrasada. Súmese a todo esto a todo esto la alucinante polivalencia instrumental de prácticamente todo Arcade Fire; casi todos los componentes de la banda permutaron de instrumento en alguna ocasión. El ejemplo más llamativo podría ser el de Régine, que se atrevió con un acordeón, teclados, la batería, un xilófono e incluso las sorprendentes botellas de “We don’t deserve love”. La resultante es que en el escenario había una enérgica sensación de hiperactividad.
Los complementos tecnológicos o visuales estuvieron a la altura de las circunstancias, y fueron de lo sereno a lo verdaderamente espectacular. No cabe duda de que todo estaba calculado para el espectáculo, pero ello no obsta para que las composiciones lucieran a plena satisfacción y el componente meramente musical fuera de primer orden. Se suele aplicar la máxima de que los conciertos-espectáculo en grandes recintos son un superficial despliegue de barroquismo vacuo, pero elevar esa máxima a lo universal es un pensamiento alicorto y encorsetado. Ayer vimos a una banda donde los valores musicales van primero y lo visual, si acaso, adorna sin suplantar nada. En cuanto a su propia imagen, salvo un ligero toque horterilla, nada que desentonase ni con su espíritu en general, ni con su último disco en particular. Win Buttler tenía un aspecto medio de cuáquero, medio de cowboy y Régine que empezó con un traje rojo finalmente acabó con uno de espejuelos.
Gran satisfacción de todo el grupo de amigos que acudimos a ver a Arcade Fire durante dos horas y cuarto. Fuimos exactamente los mismos que hace siete años y pico y rememoramos la sensación de entusiasmo, de paladar musical satisfecho. Y así, contentos, y como los conciertos dan hambre, nos fuimos a buscar un sitio para cenar y comer como salteadores. Arcade Fire ya están tardando en volver.

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